
«30 años no es nada»: Homenaje a Abel Carrizo-Muñoz
(Santiago de Chile). Abel Carrizo- Muñoz despuntó (pronto) como uno de los enfant terrible de la escena chilena en tiempos dificilísimos…
(Santiago de Chile). Abel Carrizo-Muñoz despuntó (pronto) como uno de los enfant terrible de la escena chilena en tiempo dificilísimos, lo cual no es poco decir. Sin lugar a dudas, que se trató de los más oscuros años de la historia de ese país en donde destacó como director teatral y lo hizo con un exitazo sin precedentes: Lautaro, la epopeya del pueblo mapuche (1982). Obra de la comprometidísima y legendaria Isidora “Nene” Aguirre, un genuino monumento al teatro chileno, autora de una de las más grandes obras chilenas de todos los tiempos, La Pérgola de las Flores (1962). Sin embargo, nunca recibió el Premio Nacional de Literatura, una verdadera afrenta que nos llena de vergüenza ajena.
«Lautaro», fue un enorme exitazo (a fines de 1982 habría sido vista por mas de 31 mil espectadores) y ha pasado a la breve, pero no menos importante e intensa, historia del teatro chileno, como la obra en que irrumpió en la escena criolla el mismísimo Andrés Pérez Araya; un protagónico que prefiguró con creces al Gandhi de La Indiada (1987) que protagonizara unos pocos años más tarde en el Cirque du Soléi de la Ariane Mnouchkine en París.
Así referencia este evento teatral el portal memoriachilena.com: “La versión original de la obra, dirigida por Abel Carrizo y protagonizada por Andrés Pérez en el papel de Lautaro y Arnaldo Berríos en el de Pedro de Valdivia, incorporó una serie de elementos anacrónicos de profundo valor simbólico: el detalle de que los soldados españoles llevaran anteojos oscuros -en una clara alusión a la represión política de los años de la dictadura militar- y el uso, en varias escenas, de música de fondo compuesta por Los Jaivas”.
Al poco tiempo Carrizo-Muñoz ingresa como profesor de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, una instancia académica surgida del mítico Teatro Experimental por allá por el año 1942 a inspiración de la musa lorquiana del teatro chileno, Margarida Xirgu; quien vivió una parte importante de su destierro en Santiago de Chile, antes de partir a radicarse definitivamente a Uruguay. Cabe destacar, muy especialmente este hecho, pues la Universidad de Chile, heredera de la Real Universidad de San Felipe fundada en tiempos de la colonia por el rey Felipe V en 1738, ostenta el no despreciable récord de poseer una de las escuelas teatrales universitarias más antiguas del continente e, incluso, de buena parte del mundo.
Es, en esta casa de estudios superiores, en donde, dicho sea de paso, ha surgido una excelsa troupé -no solo actoral- incluyendo importantísimos cineastas, músicos, pintores, fotógrafos, etc.; entre los cuales cabe destacar a Víctor Jara (que fue también alumno y profesor de esta escuela), Abel ha desarrollado –por 30 años- su más importante labor teatral: como académico, gestor y promotor (y, también, como director). En una escuela que había perdido todo su prestigio en manos de militares que intervinieron la universidad luego del sangriento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Una dimensión docente que -en nuestra modesta opinión- a subaternizado, de alguno modo, al director incisivo, riguroso y creativo que despuntó Carrizo-Muñoz por allá por finales de los setenta.
No obstante, su labor creativa, luego de «Lautaro», es variada y extensa (más de cuarenta montajes a nivel nacional e internacional), donde es posible destacar, al menos, obras como Turandot (1986), Manu Militari (1993), Fair Play (1994), La muerte y la Doncella (2000), entre otras. En donde, también, cabría mencionar La vida como representación del teatro, performance inaugural de Festival de Nuevas Tendencias 5 (NTT), especialmente, para relevar, al margen de todo el revuelo mediático (nacional e internacional) y la incomprensión de su propio gremio, el hecho de que -también- de su intensa labor creativa y académica, Carrizo-Muñoz ha sido un creador comprometido y problematizador. Prueba de ello es que este, ya mítico, festival experimental (FNTT), vino no solo a remecer y refrescar los cimientos de las estéticas y los lenguaje escénicos en un país achatado y gris carente de destape (posdictadura), sino que, además, a un surreal ambiente sociopolítico que tenía por entonces (los noventa) esquizofrénicamente, ni más ni menos, que al sátrapa que destruyó la democracia chilena instalado como “honorable” parlamentario.
Este solo hecho -destacó Carrizo por entonces- le hizo tanto ruido que le impulsó a reflexionar (escénicamente) respecto de cómo la realidad supera la ficción y por qué en el teatro, que es ficción por excelencia, no podía superarse la (tan) cruda realidad (política).
Es por todo esto y más -me quedo corto en el relato- que un grupo de académicos, actores, dramaturgos, estudiantes y exalumnos y teatristas en general han querido agradecer con un sentido homenaje toda esta enorme labor; el que se llevó a cabo el pasado sábado 3 de diciembre en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Aquella que bajo su tan frustífera gestión inauguró, con sus enormes dotes de gestor y promotor cultural, una nueva y maravillosa sede; revitalizando, de paso, un vetusto y decrépito edificio histórico (antigua sede de comienzos del siglo XX del “Físico de la Universidad de Chile”), que aún luce una vistosa cúpula diseña por Eiffel y traída en formato mecano desde la ciudad de las luces, ubicado en pleno barrio cívico en la calle Morandé 750, entre Rozas y San Pablo, de la capital chilena.
La ceremonia en imágenes
Los presentadores del evento, la actriz Marcela Medel y el actor Samuel Villaroel.
Abel y un grupo de colegas actores y profesores.
Abel con el actor Daniel Alcaíno.
Abel con su esposa, la actriz Norma-Norma Ortiz y sus hijos Inti y Arantza.