
¿Quién me escondió los zapatos negros? Recuerdos de 30 años
Por Álvaro Pacull L. (Desde Santiago de Chile)
“El Teatro es tan infinitamente fascinante porque es muy accidental, tanto como la vida”(Arthur Miller)
Hace treinta años un grupo de jóvenes egresados de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, soñaban con hacer sus propias obras; con mucho ánimo se juntaban cotidianamente para escribir sobre sus vivencias y recuerdos de la infancia, como también de los momentos más significativos de su juventud en los años más complejos de nuestra historia contemporánea.
Por Alvaro Pacull L. (Desde Santiago de Chile)
“El Teatro es tan infinitamente fascinante porque es muy accidental, tanto como la vida”
(Arthur Miller)
Hace treinta años un grupo de jóvenes egresados de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, soñaban con hacer sus propias obras; con mucho ánimo se juntaban cotidianamente para escribir sobre sus vivencias y recuerdos de la infancia, como también de los momentos más significativos de su juventud en los años más complejos de nuestra historia contemporánea.
El resultado fue ¿Quién me escondió los zapatos negros?, obra que contra todo pronóstico resultó no sólo un éxito rotundo, sino que tuvo una prolongada temporada en el Teatro de la Universidad Católica (TEUC), espacio de reconocida trayectoria, pero que, a la sazón, según palabras de Rodrigo Bastidas (Director de la obra), había ido paulatinamente perdiendo espectadores y conexión con temas sociales que impactaran y generaran empatía con lo que otrora había sido su audiencia habitual.
Así, esta obra juvenil, a través de las voces –aparentemente ingenuas- de sus protagonistas, emergía sorpresivamente como una instancia de reflexión artística y social sobre los años de la Unidad Popular (UP) y la dictadura cívico militar que vivimos como país y permitiría llevar una gran cantidad de asistentes al mencionado espacio cultural.
A lo dicho, se suma que personalidades relevantes del mundo teatral y cultural nacional manifestaron su apoyo y valoración al montaje y ello fue colaborando positivamente para el posicionamiento profesional del naciente colectivo, el que como no tuvo que pensar en la necesidad de un nombre que lo identificara; allí nació Teatro Aparte, grupo conformado en ese entonces por Elena Muñoz, Gabriel Prieto, Magdalena Max-Neef, Álvaro Pacull y el mencionado Rodrigo Bastidas.
En estas tres décadas ha pasado mucha agua bajo el puente de la nación, en el teatro chileno y desde luego en la vida de los citados, por ello y en aras del suceso cultural que significó dicho montaje es momento de activar los recuerdos, hacerse preguntas y darse respuestas que vayan más allá de lo meramente anecdótico.
El maestro y teórico del arte, Lucien Goldman, a través de su teoría “estructuralista genética” nos hace ver la importancia de las mediaciones -de diversa naturaleza- y cómo estas influyen en la creación artística y la proyección de creencias que la sustentan. Este es un fenómeno no necesariamente consciente en los creadores, pero el peso de la cultura y el poder de su transmisión es materialmente comprobable en el producto final creado.
Bajo el citado modelo, intentaremos hacer ver cómo influyeron ciertos aspectos del entorno socio cultural nacional en la creación de algunas escenas emblemáticas y muy recordadas de la pieza en tapete. Centraremos la mirada en escenas que por su contenido causaron controversia en sectores polarizados, tanto de izquierda como de derecha. Hablamos específicamente de la escena que menciona y critica a los agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI) y la escena de la celebración de cumpleaños de un joven dirigente de izquierda, ambas tratadas en tono paródico.
La primera, denominada Un sentido homenaje al hombre con lentes oscuros, aborda el horror y los abusos de los organismos de seguridad de la dictadura y los nocivos impactos causados por su actuar en los sectores opositores, así como también el compromiso explícito de los autores de la obra de que “jamás los olvidaremos”. En ese sentido, vienen a mi memoria sensaciones de angustia frente a este aparato del Estado, lo que desde luego fue transversal a todos los integrantes del equipo creativo.
Recuerdo el sueño recurrente de ser perseguido a las afueras de la universidad por agentes de la CNI y ello tenía un asidero concreto ya que pocos años antes del estreno de la obra, la rectoría de la Universidad Católica expulsó -por un período académico- a los estudiantes de Teatro, los que apoyaron a una alumna de la carrera de Filosofía que había sido abusada por estudiantes de la carrera de Derecho (unidad fuertemente penetrada por el movimiento gremialista de Jaime Guzmán) y pertenecientes a familias que aprobaban el régimen.
Ello redundó en que varios centros de alumnos de la Pontificá Universidad Católica (PUC) se movilizaran para que el rector, el almirante Jorge Swett, condenara los hechos y que, ante la pasividad de las autoridades universitarias, los estudiantes de Teatro se vieran comprometidos en una paralización de actividades, lo que a la postre causó cierto revuelo público, en momentos en que ello era impensado.
Esto dio lugar a que la citada rectoría intentara acallar con una medida disciplinar a los estudiantes en paro, la que fue comunicada en el tono amenazador que era habitual en esos tiempos. Los estudiantes de teatro quedamos en una situación de desamparo grande y fuimos advertidos que depusiéramos toda reunión que oliera a complot contra la medida dispuesta por nuestra casa de estudios; se nos advirtió que estábamos siendo observados por la CNI y que las consecuencias serían elocuentes.
Lo más duro y desconcertante fue que la advertencia venía desde el interior, toda vez que una estudiante de la carrera nos transparentaba que un pariente cercano era miembro de la agencia de inteligencia y advertía consecuencias. La sensación de miedo nos rodeaba, sabíamos lo que le ocurría a quienes estaban en la mira de la CNI. Pero tal vez lo peor era saber que el grado de penetración de estos organismos incluía a lo que sentíamos y creíamos seguro, es decir la familia y las casas de nuestros conocidos.
El clima de terror y desconfianza caracterizaron aquella época y como no influyeron psicológicamente en la motivación para la escritura de esa escena. Varios años después, tuvimos la oportunidad de comprometernos para una gira nacional auspiciada por LAN Chile con “Quién me escondió los zapatos negros”, la que luego de su primera función, en la ciudad de Arica, tuvo que dar por concluida la citada actividad porque un importante cliente de la línea área, un gran empresario de la zona, manifestó su incomodidad con que una escena “cuestionara a los agentes de habían garantizado la seguridad de la nación”.
Había pasado buen tiempo desde el estreno de la obra y las reacciones de los más fervientes admiradores y colaboradores del gobierno de Pinochet seguían siendo similares a lo visto previamente, ello fue un doloroso aprendizaje y un aterrizaje a una realidad vergonzante.
La segunda escena en cuestión, denominada “cumpleaños del compañero”, habla de la inconsecuencia y rigidez de ciertas personas de una izquierda más bien radicalizada que se manifestaban con superioridad moral frente a los ciudadanos comunes y corrientes. Cuales tartufos, por un lado, expresaban verdades ideológicas absolutas, llenas de lugares comunes y, por otro, reproducían conductas cargadas de contradicciones evidentes en relación a los propósitos voceados y los fines perseguidos.
En el texto dramático y en la puesta en escena, vemos entonces una mirada crítica a los absolutismos de izquierda y a la subcultura tribal de naturaleza autocomplaciente, discriminadora y prejuiciosa presente en ellos, como también ocurría en sus opositores políticos más furibundos. En ese sentido, las experiencias universitarias fundantes del colectivo, sirvieron de material para el desarrollo dramático; ejemplos de lo citado se podían experimentar en esos tiempos en no pocas interrelaciones con el cuerpo docente, actividades sociales, participación en agrupaciones estudiantiles, actividades de protestas, etc.
Los extremos intentaban marcar diferencias identitarias y decían profesar valores no necesariamente arraigados en el cuerpo individual y colectivo, algo que sin lugar a dudas representaba marcos intelectuales y procedimentales cargados de conflicto interno y por tanto de incapacidad operativa, situación que fue paulatinamente reorientándose con el mecanismo plebiscitario adoptado para la recuperación de la democracia, instancia que dio espacio y reconocimiento a sectores más amplios de la oposición y que no necesariamente adscribían con una épica revolucionaria mesiánica.
Como sabemos la obra fue estrenada pocos meses después del asesinato del senador (UDI) Jaime Guzmán E., por un comando revolucionario de ultra izquierda, en los inicios de la recuperada democracia; en vista de lo cual expresar mofa de ciertos patrones actitudinales de sectores de la izquierda extrema podía entenderse como una ofensa manifiesta, tal como algunos lo hicieron notar.
Vivimos una época en el que opinar implicaba un riesgo y Teatro Aparte opinaba libremente sobre situaciones que tocaban y afectaban a los extremos; posiciones que con el tiempo se fueron morigerando y permitieron una cohabitación mediada por los acuerdos y consensos efectuados por quienes creíamos representaban a las grandes mayorías, pero que tristemente y con el correr del tiempo se acomodaron a entender y ejercer una modalidad de poder muy desconectada de las necesidades fundamentales de la mayoría de la población y de la evolución sociocultural que esta tuvo.
Aunque parezca aventurado, bien se puede decir que las contradicciones entre palabra y acción planteadas en la escena en cuestión, bien podrían interpretarse como la premonitoria antesala de las renuncias valóricas que grandes sectores de la nación reclaman hoy en día a los dirigentes políticos de parte de la izquierda y la centro-izquierda, las que se han hecho manifiestas desde el 18 de octubre del 2019 y que posteriormente redundaron en el amplio triunfo del “apruebo” a redactar una nueva constitución el 25 de octubre del 2020; oportunidad además en la que la ciudadanía optó por no elegir una Convención Mixta, ya que ello consideraba integrar a una clase política deslegitimada transversalmente.
Debo confesar que estos años han transcurrido rápido, casi sin darme cuenta, pero hemos envejecido y ello obliga sobre todo agradecer lo recibido, así como las oportunidades vividas. ¿Quién me escondió los zapatos negros? Nos permitió crear un texto dramático y montar una obra que obtuvo buenas críticas, nos regaló aceptación y cariño del público, facilitó el amoroso encuentro humano entre sus creadores, el que perdura hasta hoy.
Pero, lo que tal vez más debemos agradecer es que la obra brindó la posibilidad de estrechar un vínculo entre el teatro y la sociedad, eso porque muchas personas se sintieron interpretadas en las pequeñas grandes historias contadas por unos jóvenes que a la postre reforzaron de distintas maneras y lugares su compromiso con la creación escénica a través de una mirada propia de la sociedad y sus afanes.
Como sabemos, en medio de una pandemia que nos demanda encierro, la ciudadanía chilena se hace nuevas y necesarias preguntas, planteándose desafíos y propósitos trascendentes para los años que vienen; este potente y maravilloso momento enmarca y propicia el re-estreno, vía streaming, de estos “zapatos escondidos”. El pasado 23 de octubre, tuvo lugar la primera presentación bajo esta nueva modalidad, permitiendo que muchos antiguos y fieles espectadores reconectaran con lo que para ellos fue una experiencia memorable, pero también posibilitó que nuevas generaciones conocieran un poquito de las emociones que llenaban el escenario social de las pasadas décadas.
Por último, solo decir que ¿Quién me escondió los zapatos negros? puede continuar colaborando a cuestionarnos sobre lo que hemos sido como sociedad, cuánto hemos avanzado estos últimos treinta años, y cómo quisiéramos vernos en el futuro. A fin de cuentas, la humilde y sensible contribución de un grupo teatral que soñó en sus inicios con contar historias que nos ayudaran a vernos y entendernos mejor.
FIN
Álvaro Pacull L., es profesor universitario, actor, licenciado en estética, magíster en comunicaciones y diplomado de doctorado en estudios avanzados de literatura española c/m en teoría, historia y práctica del teatro.