
El cartel de “Cabaret Bojoux”, una de sus montajes más destacados y que uno de los grandes éxitos de taquilla de la escena chilena.
¡Viva el teatro! ¡Viva Tomás!
Por Alvaro Pacull L. (Desde Santiago de Chile) Como alguien dijo hace un buen tiempo “prefiero equivocarme que callar”. Tal como lamentablemente sabemos, Tomás Vidiella Baigorrotegui (1937-2021) falleció hace unas pocas horas; su repentina muerte a causa de complicaciones derivadas del covid-19 nos sorprendió y golpeó duramente a quienes lo apreciábamos y valoraremos siempre. Presto llegó su último homenaje organizado por un grupo de colegas, raudas también circularon algunas notas de prensa que nos recordaron el gran aporte que este actor, empresario teatral y gestor cultural, hizo al teatro nacional y al país.
Por Alvaro Pacull L. (Desde Santiago de Chile)
Como alguien dijo hace un buen tiempo: “prefiero equivocarme que callar”. Tal como lamentablemente sabemos, Tomás Vidiella Baigorrotegui (1937-2021) falleció hace unas pocas horas. Su repentina muerte a causa de complicaciones derivadas del covid-19 nos sorprendió y golpeó duramente a quienes lo apreciábamos y valoraremos siempre. Presto llegó su último homenaje organizado por un grupo de colegas, raudas también circularon algunas notas de prensa que nos recordaron el gran aporte que este actor, empresario teatral y gestor cultural, hizo al teatro nacional y al país.
Quise, tal como un grupo de actores, actrices, amigos, familiares y admiradores (no más de un centenar de personas), estar presente en la despedida que se le hizo a las afueras del Teatro Oriente, lugar donde tuvo su última representación como parte del elenco de Orquesta de Señoritas. Fue una ceremonia sencilla, en la que estuvo presente la presidenta de Chile Actores, un flamante nuevo directivo de SIDARTE, el Director de la Fundación Cultural de Providencia y algunos miembros de la comunidad teatral, reconociendo su magnífica labor, así como la entusiasta personalidad de Tomás. Todo terminó con un cerrado aplauso de los presentes cuando el carro fúnebre pasó frente a la marquesina de la interrumpida pieza en cartel. No está demás decir que extrañé poder ver (escuchar) un representante del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, algo que invita a más de alguna reflexión.
Mientras esto ocurría, la ciudad de Santiago rugía colérica como de costumbre, los comensales de los cafés y restaurantes cercanos a la citada ceremonia parecían ajenos a lo que ocurría a pocos metros de ellos; de los automóviles surgían bocinazos que intentaban agilizar el tránsito momentáneamente interrumpido. Así, la vida transcurría y nuestro amigo, uno de los mayores talentos actorales nacionales de los últimos sesenta años, volaba hacia el infinito.
Como muchos, le debo mucho a Vidiella. Era un hombre que daba posibilidades y, a su manera, enseñaba y ejercía positiva mentoría a quienes nos iniciábamos en este complejo y duro oficio. De él aprendimos aspectos relevantes para nuestra labor, los que superaban con creces lo visto en las aulas universitarias y que sin duda nos prepararon para enfrentar la vida profesional. Y es que la mayoría de nuestros profesores eran funcionarios asalariados y ello los limitaba para enseñarnos que el teatro era una actividad productiva y no exclusivamente artística.
La capacidad de soñar, crear y emprender de Tomás, el coherente ejemplo que veíamos en él, sin duda nos proveyeron de valiosas herramientas y espíritu de sobrevivencia. Su particular y especial energía, como mencionó Jaime Vadell en la citada ceremonia, nos dieron impulsos para persistir en nuestro quehacer, en un país ingrato para con los afanes culturales. Por ello no cabe más que dar gracias, ¡infinitas gracias!
Se ha dicho que Tomás murió con las botas puestas, haciendo lo que le gustaba y que es menester respetar el riesgo que tomó al aceptar un desafió actoral en tiempos de pandemia. Ello sin duda es cierto, el aludido era un hombre temerario, dispuesto a apostar para ganar, pero también debemos tener presente que él era un individuo enamorado de la vida y que su partida fue apresurada, privándonos de la compañía y la entrega de un ser humano excepcional. Eso, a mi juicio, es algo que no debemos olvidar.
Como bien sabemos, el teatro nacional ha sufrido mucho con esta peste y lamentablemente los apoyos han escaseado. Poner en cartel Orquesta de Señoritas representó un esfuerzo por reflotar la actividad teatral y por crear estímulos para que el público retornara a las salas, lo que contribuía a dar señales de normalidad. Tristemente, esta muerte evidenció la crudeza de lo que enfrentamos y las consecuencias de un retorno apresurado.
Algunos grupos de interés apostaron al cumplimiento de protocolos sanitarios para iniciar el retorno a las salas de teatro, lo que desde luego respondía a evidentes necesidades económicas y también sicológicas de los trabajadores escénicos. En este caso, y como hemos constatado, dichos protocolos, si es que existieron y se gestionaron, no rindieron los frutos esperados, redundando en que varios actores y colaboradores terminaran contagiados. Esto es algo que, con seguridad, debe causar frustración en la organización responsable del montaje y que debiera invitarlos a reflexionar de manera autocrítica.
Lo dicho no es algo baladí. Nuestras acciones acarrean consecuencias y ello nos exige meditar en cómo hacemos las cosas para que podamos ejercer el cumplimiento valórico de nuestros propósitos. Muchas veces la liviandad inunda nuestros actos y preferimos refugiarnos en relatos autocomplacientes o cargados de una épica acomodaticia, lo que termina dificultando nuestra mirada interna y nos impide reconocer nuestras muy humanas falencias y debilidades.
El afamado entrevistador Cristián Warnken, en una columna, dice que Tomás era un hombre que “saltaba al vacío” y que “no murió por covid, sino de Teatro”, intentando romantizar y dar un carácter heroico a una situación que pudo evitarse. Ese tipo de comentarios sólo apuntan a no dejar ver la precariedad laboral del teatro en Chile y ello porque las organizaciones contratantes deben tener responsabilidades para al menos intentar velar por la seguridad de sus colaboradores, algo que en una sociedad medianamente criteriosa y respetuosa de las personas no debiera ser tema de cuestión.
Prefiero quedarme con la idea de que este “salto al vacío” de Vidiella nos ayude a pensar qué hacer para mejorar nuestra frágil situación en el medio nacional y ello porque el “teatro no mata, sino que da y promueve la vida”.
En fin, espero sepamos aprender de esta penosa situación. ¡Viva el Teatro! ¡Viva Tomás!
Uno de los últimos reconocimientos recibidos por el fallecido actor.
* Álvaro Pacull L., es profesor universitario, actor, licenciado en estética, magíster en comunicaciones y diplomado de doctorado en estudios avanzados de literatura española c/m en teoría, historia y práctica del teatro.