
El (desconocido) teatro de Miguel
Este 28 de marzo se cumplieron 80 años de la ignominiosa muerte del poeta pastor-evangelista-soldado, Miguel Hernández, en las húmedas y gélidas mazmorras del franquismo. Tenía recién 32 años, una esposa y un hijo pequeño, y, muy especialmente, un monumental futuro literario por delante. ¡Qué duda cabe!
Vinculado a este aciago final estuvo, luego de la derrota de la causa republicana, sus dos frustras intentonas por asilarse en la embajada chilena en Madrid. Neruda estaba convencido de que Morla Lynch, entonces encargado de negocios de la representación chilena, le negó esa posibilidad. Algo que este curioso personaje siempre negó, a pesar de que hay quienes afirman con total contundencia que el propio Carlos Morla Lynch contó en un folleto titulado Memoria del Gobierno de Chile [Berlín, 1939], que negó el asilo a Miguel Hernández “por haber escrito poemas insultantes contra el general Franco”.
Sabemos, además, que el afrancesado diplomático-escritor chileno, muy amigo de Lorca, manifestaba parte del desprecio que el vate granadino profesaba hacia a figura del “poeta de la tierra”, como le llamaba Neruda.
Lo que sigue, en realidad, es sabido por todos: luego de algunas idas y venidas entre Madrid y Orihuela, su desesperada huida a Portugal a través de Cádiz, donde es detenido y entregado a las fuerzas franquistas; quienes tras un tormentoso itinerario del terror por las cárceles de Andalucía lo remitirán finalmente a la cárcel de Alicante, en donde morirá de tuberculosis, luego de una larga y desasistida agonía.
Pese a que, con motivo de los 80 años de su muerte, se han contado y recordado muchas cosas suyas, pero sigue siendo insuficientemente atendida una de las más relevantes dimensiones de su genio poético: su obra teatral y su sorprendente faceta como dramaturgo.
Y tan relevante llegó a ser esta dimensión suya, que en más de una oportunidad le comentó a su esposa Josefina Manresa, que deseaba consagrar el resto de su carrera lírica a escribir teatro; cuestión que se acentúo, más tarde, luego de su viaje a la ex URSS, tras fichar por el PC, y su contacto con el Teatro Arte de Moscú del mismísimo Stanislavski.
En este importante vínculo radican sus creativas y avanzadas -para la época- ideas de puesta en escena de sus obras; con toda una suerte de efectos y recursos escenográficos, incluida la utilización de lenguaje y estéticas provenientes de otras prácticas culturales como el cómic y, especialmente, del cine; de donde adopta, por ejemplo, el primerísimo primer plano que indicaba representar con un foco potente iluminando la cara del actor.
El teatro hernandiano
Miguel Hernández escribió en su corta, intensa y truncada vida siete obras, si incluimos en ello su último teatro, (Teatro de Guerra y Pastor de la muerte), que para muchos constituyen un panfleto que no arriba a la relativa estatura dramática del resto de sus otras obras. Aunque no por ello menos dotada líricamente, toda vez que, que Miguel era un portento del verso y el teatro, entonces, mayoritariamente, no olvidemos, que se hacía en verso.
Ahora bien, la primera sus obras, Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, fue escrita en 1933 y publicada al año siguiente en la revista Cruz y Raya que dirigía José Bergamín. Se trata de un auto sacramental calderoniano en tres actos titulados: Estado de las inocencias, Estado de las malas pasiones y Estado del arrepentimiento.
En definitiva, se trata de una representación de personajes alegóricos que culminan en la exaltación eucarística, propia del personalismo cristiano; doctrina sobre la que escribe para recordar a sus lectores que no existe más libertad confesional que el catolicismo y que, por entonces, absorbía toda su inquietud intelectual y su compromiso social en ciernes. De lo cual, obviamente, al poco tiempo abjuraría.
Tan solo tres meses después desarrolla su segunda producción dramática, El torero más valiente (1934), que estructura con motivo de la muerte del torero Sánchez Mejías. El mismo que inspirara el conocido y recordado poema lorquiano, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías e impregnara a toda la Generación del 27 con su valor y mecenazgo. Esta obra permaneció inédita hasta que en 1986 su viuda Josefina Manresa la hizo pública.
En plena transformación o evolución ideológica, su teatro, cabe señalar, aun manifestaba poca solidez, en lo que respecta a la clave dramatúrgica e incluso se presentaba, para muchos, como no muy apta para ser representada.
Empero, un año más tarde, en 1935, concluye Los hijos de la piedra, su única obra dramática escrita en prosa y en el verano de 1936, justo antes del estallido de la Guerra Civil, escribe El labrador de más aire, obra con la cual se sitúa de lleno en el tema de la denuncia y la cuestión social, a partir del problema del agro y el latifundio señorial español, y parece dar con el conon teatral.
Al final de su obra dramática cabría situar Pastor de la muerte, pese a que muchos ven esta obra más como acto propagandístico que como gesto propiamente teatral; como su Teatro en guerra. Se trata, esto último, de cuatro piezas o cuadros (La cola, El hombrecito, El refugiado y Los sentados) que no exceden los diez minutos; escritas de manera rápida, hasta improvisada e inclusive descuidada si se quiere. Producidas en las circunstancias del fragor del frente, junto al V Regimiento.
Una obra propagandista e incitadora, en cualquier caso, constituyen la materialización de su idea de verso como «arma de combate». El teatro -y en verso- para él y su generación era una poderosa arma para la socialización de las ideas políticas y de transformación social.