A propósito de “El Payaso en la academia”

«El Payaso en la academia», texto publicado por el destacado teatrista hispano-chileno y exiguo colaborador nuestro, Andrés del Bosque, ha dado mucho que hablar. Y sin lugar a duda, este ha sido uno de los (más) deseados efectos del mismo. Andrés, con su minuciosa y exigente investigación, que abarca principalmente su etapa como profesor de la RESAD de Madrid, no solo nos provoca sino que, fundamentalmente, nos emplaza a pronunciarnos sobre un asunto de fondo: cuál es el aporte de la «payasería» a la teatralidad.
Y es en esta perspectiva se han pronunciado varias voces convocadas por él para esta tarea. Ahora le toca el turno es el turno a Francisco Sánchez Brkic, director de la Cia. Tryo Teatro Banda y gran conocer de la obra y el quehacer delbosquiano, ya que ha sido alumno en algunos de sus innumerables talleres de juglaresca y a Andrés le a tacado dirigir dos de sus obras más recientes, entre las que cabe destacar “La expulsión de los jesuitas” (2015) en el Teatro de la UC.

Por Francisco Sánchez Brkic (desde Santiago de Chile)

Un poquito de historia

Conocí a Andrés del Bosque el o 1994, cuando comenzaban mi vida laboral como músico-actor, y llegué por acaso a los ensayos de Las 7 Vidas del Tony Caluga, en el teatro de un antiguo para los trabajadores de un fundo, en una zona rural cercana de Santiago. La sola entrada a ese galpón de adobe donde se ensayaba me golpeó el corazón y el espíritu, desde el olor a fumaza de palo santo hasta la variedad de formas y colores de los elementos del circo; me di cuenta que había atravesado un umbral. Se me entregó un acordeón en aquel mismo momento.

La idea de Andrés, investigador y director el espectáculo, era contar la vida de Abraham Lillo Machuca, mítico payaso chileno venido a la capital cuando niño, desde el pobre y árido desierto de Atacama, para convertirse en la estrella del circo chileno, una vida azarosa que atravesó el ya azaroso siglo XX. La historia de este hombre singular se contaba a través de rutinas de payasos, que Andrés y su partner Oscar Zimmerman habían aprendido en el mismo circo del Tony Caluga años atrás, rutinas que se homologaban dramatúrgicamente y con maestría, con 7 episodios críticos de la vida del payaso, como las fabulosas 7 vidas de un gato.

Mi papel era encargarme de crear la música en vivo, armando la banda de música, a lo circo pobre, con un pequeño equipo de grandes músicos.

La obra, presentada en una carpa de circo en el centro de Santiago, fue un cañonazo en el Chile post dictatorial, pobre pueblo lanzado a las fauces del modelo neoliberal mediante un pacto secreto entre políticos y militares. Las críticas fabulosas y notas admiradas en las páginas de cultura de los diarios llamando la atención sobre este espectáculo inédito se sucedían a las noticias del encuentro de los primeros cuerpos de fusilamientos clandestinos de la dictadura.

El teatrocirco llegaba hace poco a Chile y la obra brillaba por todos lados como un ejemplo no solo de la magia que podía producir la fusión del teatro con el circo, sino también de cómo un espectáculo podía calar honda y ácidamente en la memoria, las heridas y la identidad de un país, desde la risa.

Conociendo más a Andrés, supe que, huyendo del baldazo de agua fría del golpe militar, había emigrado de Chile con su flauta traversa y llegado hasta el Teatro Experimental de Cali, en Colombia, donde aprendió con el maestro Enrique Buenaventura el arte de la creación colectiva, la disciplina de la investigación teatral y la responsabilidad política del teatro, entre otros. Luego se fue a España a investigar, entre otras cosas las fiestas taurinas y a dar sus primeros pasos como creador teatral, para volver a Chile a seguir los pasos del gran Tony Caluga como aprendiz de payaso en su propio circo, con lo que iniciaba el proceso de investigación que daría como fruto la gran obra.

Mientras se daba el proceso creativo y de circulación de «Las 7 Vidas», cuya luz atrajo todo tipo de seres, luminosos y oscuros, Andrés mantenía su permanente actividad como profesor de clown en escuelas de teatro, actividad que lo ha acompañado toda su vida.

Pasados el éxito y el fracaso, se fue a estudiar a Inglaterra con el gran clown Phillipe Gaulier, para luego volver a Chile a crear En el Limbo, espectáculo con cuatro clowns y un andamio de construcción en escena, en el cual se reflexionaba tragicómicamente acerca del reciente hallazgo de varias decenas de huesos humanos encontrados durante los trabajos de construcción de un edificio en el centro de Santiago. Huesos enterrados y descubiertos era una noticia incómoda en el Chile post-dictadura que comenzaba a horrorizarse por el destino de sus detenidos desaparecidos.

Andrés, siempre un paso adelante, ya estudiaba el Canto a la Humano y a lo Divino, una tradición campesina chilena arraigada en la trova y la poesía popular española y en el canto indígena, que tuvo su desarrollo en el Chile rural a partir de la actividad misionera de los jesuitas. Justamente la expulsión de la orden derivó en una falta repentina de músicos, de la cual nació el quizás nuestro único instrumento musical criollo: el guitarrón chileno, una locura de 25 acuerdas, mezcla de arpa y vihuela, con la cual los cantores a lo humano y a lo divino se acompañan cuando improvisan en décimas espinelas, algunas veces librando batallas entre los vates musicales.

La fiesta religiosa popular El Niño Dios de Sotaquí, en el norte del país fue el marco de investigación que dio origen al siguiente espectáculo, El Payaso y la Virgen, una trilogía de piezas en las cuales Andrés ya unía el tema cómico al religioso…“reír CON, y no reír DE…”, recuerdo que era la máxima para no ofender a los creyentes. Me tocó componer y tocar música también en aquella obra.

Luego, se fue a estudiar Comedia del Arte con Antonio Fava, en Italia, para volver a crear El Día del Juicio, unipersonal con música en vivo, del cual fui el encargado musical otra vez. En esta obra Andrés se defendía de un juicio que le habían levantado una actriz y un actor de Las 7 Vidas del Tony Caluga, descontentos con la perspectiva de ganar lo mismo que otros actores del elenco no titulados. Este juicio, perdido por la sospechosa negligencia de su abogado, derivó en un embargo a sus bienes, ejecutado sin suerte por los Carabineros de Chile en el mismo teatro, al no hallar las llaves de un simple candado. La deuda, todo un tema en el teatro de Andrés.

Era muy emotivo ver, o acompañar musicalmente, al payaso en la defensa escénica de su honra ante el público mediante la recreación de un rito aymara, croata y de otros lares, un rito según el cual “el mejor amigo del muerto se pone las ropas del difunto y cuenta la vida del finado como si el propio occiso hablara”, según el texto de la misma pieza. En la obra había un títere (réplica de Andrés mismo) que se echaba a morir, agobiado por las deudas generadas en un juicio perdido. Andrés-actor hacía el personaje del mejor amigo del muerto (o moribundo) y, vestido con sus ropas, intentaba hacerlo recapacitar y que no renunciara a la vida. Cuando ya casi lo lograba, aparecían los acreedores en el velorio, para constatar si el muerto estaba realmente muerto y, al encontrarlo vivo aún, salían cantando alegres “este muerto no está muerto, este tiene que pagar”. “Los Alegatos del Buen Payaso”, se titulaba una crítica del espectáculo.

Luego de esta obra Andrés se fue a vivir a España, a estudiar y a enseñar en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), y a emprender la larga carrera de la licenciatura y el doctorado.

Lo perdí de vista varios años, hasta volver a encontrarlo en una gira que hice a España con mi compañía. Este encuentro emotivo dio pie a una invitación a Chile para que Andrés me dirigiera en la creación de un nuevo espectáculo de mi compañía, “¡Parlamento!” un unipersonal que cuenta el hecho histórico de una gran reunión político/ceremonial/comercial celebrada en 1641, en la cual españoles y mapuche se pusieron de acuerdo para convivir en el territorio de Chile, después de 100 de la sangrienta guerra de Arauco, inaugurando una cultura política de diálogo entre ambos pueblos que solo fue cortada por la invasión del Estado chileno al territorio mapuche en la segunda mitad del siglo XIX.

Paralelamente, asumió también la dirección de otro de nuestros espectáculos, La Expulsión de los Jesuitas, una obra de cinco actores en la cual se cuenta la historia de la Compañía de Jesús en Chile, desde su llegada hasta su traumática expulsión, pasando por su aporte a la cultura y la industria del país y, especialmente, por su férrea y “políticamente incorrecta” defensa de una convivencia pacífica entre españoles y mapuche.

Para esto, Andrés viajó unas semanas antes a Chile y dictó un taller de Juglaría abierto a la comunidad artística, en el cual desarrolló especialmente el tema del bufón, como una de las estrategias que puede asumir el juglar en su performance. En lo personal, fue aprender a asumir mis propias fealdades y vicios para, desde ahí, poder disparar a diestra siniestra contra las falsas jerarquías y los poderes fácticos, con humor y arte, poniéndome yo primero como mal ejemplo y motivo de escarnio. Recuerdo el clímax del taller, un ejercicio de improvisación que trataba de una mujer que recibía la noticia de estar contagiada de VIH en un hospital, haber terminado todo el grupo en una suerte de celebración báquica, y algunos de nosotros enteramente desnudos.

Hago todo este resumen del conocimiento que tengo de Andrés en torno al arte escénico, para dar a entender lo coherente que me parece su libro El Payaso en la Academia. Un Manual Para la Risa (2021)con lo que conozco de su propia vida y trayectoria artística. Creo que cada uno de los tópicos tratados en este libro ya están contenidos en este breve resumen de las obras y procesos en que me tocó trabajar con él.

El texto que nos convoca

El libro es un gran aporte a la vertiente cómica del teatro, siempre mirada en menos y con recelo por los agelastas y pobre de estudios importantes e iluminadores que nos ayuden a crecer como actores cómicos.

A partir de la experiencia como profesor y guiándose por los 7 espectáculos que dirigió mientras estuvo en la RESAD, expone el enorme producto de la pesca realizada durante tantos años y cómo aplicó en cada uno de ellos lo aprendido desde su adolescencia hasta durante los días mismos en que escribió el libro. Gran acierto exponer una teoría derivada de la práctica misma.

Demuestra cómo el humor y la risa han sido permanentemente expulsados de los espacios de poder por quienes lo detentan (entre ellos la academia), ocupando muchas veces cargos inmerecidos y gozando de prestigios artificiosos, ya que en su ejercicio el humor devela las falsas jerarquías y desnuda las injusticias. El bufón, trickster, clown, juglar…en fin, el payaso sagrado, ese ente que se sale de la “normalidad” recordándonos que todos somos pecadores y mortales partiendo de sí mismo, señalando con el dedo a quienes intentan situarse más arriba del resto, ha sido relegado al papel del loco, por tratarse justamente de un arma política en manos del pueblo.

El concepto de “agelastas” es delicioso y hasta cómico, estos personajes que, según una traducción aproximada del griego “no ríen”, aparecen como unos parásitos medio invisibles que solo se dejan ver al ser alumbrados. Todo aquel que detenta un poder inmerecido o que se halla adicto al poder, mirará con recelo (y no solo eso) a quienes hacen reír, por temor a verse ridiculizados ante la masa y perder sus prebendas. Podemos imaginar a un Jesucristo desnudando a los fariseos y doctores de la ley en público por pretender ser autoridades espirituales sin realmente serlo, más bien siendo abusadores del pueblo, y llevándolo mas temprano que tarde a morir en la cruz, probablemente en la duda mortal de si se trataba o no del esperado Mesías. Peligroso de verdad.

Aunque siempre nos han mostrado a un Jesucristo “serio”, no puedo dejar de imaginarlo como un hombre con una gran sonrisa, alegre, bueno para el teatro, el baile y la música, no por nada su primer milagro fue transformar el agua en vino para remediar su inesperada falta en una boda, y uno de sus últimos actos fue repartirlo transformado en su propia sangre…sus parábolas ¿las habrá actuado? ¿habrá representado a los distintos personajes como un juglar?…con su conocimiento cósmico de la naturaleza humana, no habrá utilizado las claves del humor para hacer reír a su rebaño humano mientras les daba un respiro frente a la opresión teológica de Israel desnudando a los poderosos, o para hacerlos reconocer en cada uno sus propias miserias e hipocresías?

La pretensión humana de inmortalidad que subyace a todo intento de desmarcarse del resto es ridícula y el cómico la pone sobre el tapete poniendo su propia ridiculez como ejemplo. Nos reímos de él para reírnos de nosotros mismos y liberarnos de la carga de esta absurda pretensión. Mágico. Terapéutico al menos. Pretender no morir es patético, como lo es cuando nos caemos al suelo. ¿Por qué nos da risa cuando alguien se cae al suelo? Siempre me lo he preguntado…tal vez porque sea el fracaso más primario de nuestra condición humana después la muerte; amamos la vida pero moriremos y tratamos de aferrarnos a ella…nos mantenemos erguidos luchando contra la fuerza de gravedad que nos atrae hacia el suelo, hasta que en descuido…¡paf!…caemos…y eso nos da risa a quienes miramos.

Andrés ofrece en su libro varias aportes muy valiosos para guiarnos y ordenarnos en el análisis, aprendizaje y práctica de la comicidad escénica:

-Revela que el payaso sagrado pertenece a nuestra especie en su conjunto y por lo tanto está presente en todas las culturas, no pertenece única y exclusivamente a la cultura europea occidental por más que asociemos al juglar, el clown y los bufones a las cortes europeas del medioevo o a los circos europeos modernos. Esto es liberador, sobretodo después de siglos de esta hegemonía sofocante y sospechosa.

-Demuestra que el papel de las mujeres en el humor ha sido invisibilizado a causa de las normas tectónicas del patriarcado y el machismo, dando ejemplo claros y contundentes tomados de la historia del humor teatral, y con la apelación al sentido común que nos dice que hombres y mujeres gozamos de semejanza en todos los aspectos. Cita la frase horrible de que “las mujeres no pueden ser payasas” o que “tienen gracia pero no humor”, sentenciada por un académico agelasta.

-Entrega un nonálogo de parámetros para crear y/o analizar espectáculos cómicos, a través del análisis de 7 obras que creó como profesor en la Resad:

-mito: el relato sagrado, el hecho arquetípico presente en cada tragedia humana
-rito: el mito puesto en acción ceremonialmente
-contexto: (este me falta)
-sistema de interpretación: el lenguaje que adopta el actor en su performance
-espacio/tiempo: la dimensión escénica en que se mueve la fábula
-agelastas: (esto me encanta) los enemigos de la risa, los que no ríen, cuál aspecto de mi propia miseria humana estoy ofreciendo al público para su decapitación festiva
-máscara: la transformación del cuerpo y la flexibilidad del carácter del payaso
-estructura dramática: relación entre historia y discurso, la dramaturgia
-vínculo: el lazo, la complicidad que encuentra el espectáculo con todo lo vivo y lo ausente

Gran aporte al acervo teórico de la rama del humor teatral, siempre vilipendiado con frases como “la risa abunda en la boca de los tontos” o ante la misteriosa desaparición del texto sobre la comedia de Aristóteles.

Con todo, resumo una imagen tragicómica del bufón Del Bosque, un payaso doctorado intentando desesperadamente entrar en la academia, ser reconocido y aceptado precisamente por su colegas agelastas como una autoridad en materia de comicidad teatral, pretendiendo que ellos compartirán el aula, el prestigio y hasta los honorarios con quien precisamente los ridiculiza y desnuda. Utiliza un vocabulario rico y amplio, muchas veces dándole un sentido muy personal a los conceptos y sacando conclusiones veloces que hacen lenta la lectura y necesaria la compañía permanente de un diccionario. En realidad, me parece un libro de consulta para ser leído y saboreado párrafo a párrafo, difícil para un lector como yo, adicto a los libros historiográficos de rápida lectura, al menos para mi.

Todo el tiempo el libro nos remite a la cultura clásica, apoyándose en los mitos y dioses helénicos y latinos para respaldar sus afirmaciones, y este es un gran mérito del libro, el autor es culto, erudito e inteligente, sabe atar cabos. Tal vez Andrés sea el mejor relacionador de cosas que conozco. Denle dos conceptos, por muy lejanos que parezcan, y él les encontrará miles de conexiones, hará que te parezca obvio y te preguntarás porqué no lo habías visto tú antes.

No puedo imaginar una academia, tal como la entendemos hoy, presidida por Dionisos, en la cual no termine todo en bacanal al calor del vino y la lujuria (lo cual me parece interesante); los cursos, las materias, los exámenes, las reuniones de académicos, todo terminaría tal vez en orgía interdisciplinaria…; tal vez esta sea la contradicción más terrible y exquisita de este libro…es como un cortocircuito, una explosión nuclear controlada…el choque de dos energías contradictorias que acaban entregado luz y calor para el provecho humano, pero que están destinadas a explotar. Es como pretender que los fariseos y doctores de la ley hubiesen dejado sus prácticas abusivas para reconocer las verdades enseñadas por Jesús, que hubiesen vendido todos sus bienes para dárselo a los pobres y seguir al nazareno, reconociendo con hidalguía que habían cambiado los preceptos de la ley de Moisés por los preceptos de las tradiciones judías, en provecho propio.

De algún modo la academia parece ser un lugar de compresión de las pasiones humanas, necesita de un control y una planificación que dejan fuera o controlan la pulsión de la risa porque esta también es loca e impredecible. Si el payaso llega a integrar la academia, tal vez acabe siendo motivo para otros cómicos del arte que se burlarán de su prestigio y del puesto de poder que ocupe…y dejará se ser cómico de verdad.

Tal vez la respuesta a esto sea una nueva academia, que acepte e integre los aspectos más locos y contradictorios de la humanidad para lograr un equilibrio, ya que parece que esta academia de hoy, en su adoración por la diosa Atenea de la razón, acabará por extinguir a la humanidad destruyendo su propio hábitat.

Recuerdo que una vez Andrés dijo que necesitaba estar en el caos para ser creativo, este libro es un poco eso, un revolver de años de estudio y práctica del humor, es como una gran reflexión en voz alta…es una quijotada, hacer toda una carrea doctoral para reclamar un puesto en la academia…¡Como payaso! Tal vez el destierro de la academia sea el lugar que nos corresponde todavía para ser verdaderamente cómicos…porque el humor verdadero necesita de un agelasta del cual burlarse.

Gracias, Andrés, por poner tu vida y tu carrera y tus contradicciones al servicio del fortalecimiento de nuestro arte miserablemente virtuoso.

*Francisco Sánchez Brkic es actor, músico, dramaturgo y director teatral.

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