Lluís Raluy: circo, libros y raíces

Por Eduard Boada i Aragonès (desde Catalunya). Hablar con Lluís Raluy Tomàs es impregnarse de ganas de vivir. Emblemático payaso cara blanca e historia viva del circo catalán, hoy aprende a vivir con la limitación que le supone el parkinson…

Por Eduard Boada i Aragonès (desde Catalunya)

Hablar con Lluís Raluy Tomàs es impregnarse de ganas de vivir. Emblemático payaso cara blanca e historia viva del circo catalán, hoy aprende a vivir con la limitación que le supone el parkinson. Lo hace al pié del cañón, aportando una calidez especial al espectáculo. En esta última gira –Altius– interviene en el clásico número de la gallina astronauta y, junto a su hermano Carles, en la despedida del público al finalizar la función.

Nacido en 1942, además de payaso y director de circo ha trabajado como hombre bala, acróbata de doble barra fija, trapecista volador… y lo que convenga. Es también un gran apasionado de las matemáticas, los libros y los gatos. Lluïset –que ese es su nombre artístico– es uno de los eslabones más carismáticos de la extensa familia Raluy. «Era una familia rara», comenta Lluís cuándo le pregunto por su abuelo Francesc Raluy Castán (1878-1951), el iniciador de la saga Raluy. Titiritero, saltimbanqui y domador de osos, su abuelo fue ante todo un aventurero, quizá a la manera de don Quijote. Y tras los pasos literarios del ingenioso hidalgo sigue su nieto Lluís, con 74 años y cuatro libros publicados: Ingeniosa teoría del espacio y del tiempo (1997), Ámbito de los números primos su estructura y distribución (2003), El secreto de los espejismos (2009) y El circo de los saltimbanquis (2013).

Pero Lluís Raluy no sólo escribe, sobretodo es un gran lector. Lluís Raluy atesora una extensa biblioteca. Como buen bibliófilo no sabe con exactitud de cuantos volúmenes…. Los que más le conocen dicen que unos siete mil, la mayoría de matemáticas y ciencias afines. Tampoco faltan varias ediciones del Quijote, su libro de cabecera. Así, Lluís me enseña algunas de las diferencias entre un par de las ediciones que en los años 30 publicó Sopena para conmemorar los 300 años del nacimiento de Cervantes. También me muestra una voluminosa edición ilustrada con grabados de Gustavo Doré. Son sólo tres de los quijotes que Raluy guarda en un antiguo camión alemán de venta de salchichas –los hoy tan cacareados food trucks–. Lluís Raluy afirma con pasión que la lectura del Quijote tiene “un gusto muy refinado”, y que él lo ha leído varias veces de cabo a rabo: «Iba leyendo, y cuándo acababa volvía a empezar, lo he leído varias veces. hay un escritor americano –Ilán Stavans– que lo lee una vez al año».

Raluy comparant dues edicions del Quixot. Fotografía: Eduard Boada i Aragonès.
Raluy comparando dos ediciones del Quijote. Fotografía: Eduard Boada i Aragonès.
Llibres de Lluís Raluy. Fotografía:  Eduard Boada i Aragonès.
Libros de Lluís Raluy. Fotografía: Eduard Boada i Aragonès.

El pasaje preferido de Lluís es el de la ínsula Barataria, la que tenía que ser gobernada a perpetuidad por Sancho Panza pero que en realidad nunca dejó de ser una soberana tomadura de pelo. Emparentando literatura con realidad, Lluís explica la curiosa anécdota que a caballo de los siglos XIX y XX protagonizó su abuelo, el titiritero Francesc Raluy. Sin desperdicio: En un pueblo que no he logrado identificar Francesc Raluy construyó unas alas para planear desde la cima de una montaña. Con un pregón anunció la proeza que iba a realizar: Tirarse desde lo alto de la montaña por un precipicio con sus flamantes alas de tela y cañas. Recolectó dinero entre las personas que estaban dispuestas a ser testigos de tal hazaña. Y cuándo llegó a la cumbre dejó las alas y… se largó corriendo en dirección contraria a los espectadores –claro está– con el dinero recaudado. Y es que la realidad supera la ficción.

Salimos de la caravana-biblioteca, y la carpa del circo ya está casi desmontada. Bajo la supervisión de Jerzy Swider, técnicos y artistas –que horas antes estaban actuando– no paran de trabajar hasta que sólo queden los carromatos y las vallas. Sólo entonces irán a dormir. Y es que el Circo Raluy es itinerante. Ya nos gustaría a algunos tenerlos como vecinos, pero otra ciudad les reclama y la caravana debe partir. Lluís Raluy deberá guardar bien sus libros hasta el próximo destino.

Eduard Boada i Aragonès es historiador.

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